Los Ford, los heroes solitarios, el Jerez y su fino, la Manzanilla y su dominio, la desembocadura de Sanlúcar, el alcazar y sus apostoles. La Torre del Riesling, momentos.
Amarillo paja, brillante. Limpios aromas de crianza en flor. No asusta el punzante y el alcohol es amable. Sabroso, seco y suave. Le viene que ni pintado a otro high & dry, de Garcia por ejemplo, con buena intensidad, delicado y profundamente aromático el hueco de la copa.
Acidez y cuando los Amigos de Barquero destemplan un PX seco y frutal.
Y muy inquietas y elegantes en nariz esas camomilas de listán, con larga crianza en flor, sabores y sensaciones.
El tono salino, recordando a la Sirena, los Barbadillo, Barquero y Sibarita, largas crianzas, redondos en boca, larga persistencia.
Y un Benefique, Infante o Rio Viejo, estos son los ambar caobas, equilibrios y avellanas, almendras, higos y ciruelas, un sabor a maderas nobles e interminables.

Una de las emociones supremas del vino generoso es que es como un film sobre el tiempo, flashbacks permanentes. Vinos conmovedores, temporales, presumidos y gentiles, con la elegancia de la talabarteria andaluza, la brisa de los alisios que van al sur, el aroma a coquinas y jazmines, las jacarandas y magnolias mojando las calles de la ciudad mítica, la atmosfera del baile en Fort Apache es la ceremonia de Vinoble, espíritu y alma de heroes con una humanidad corpulenta, vinos de planos cortos, y ese perfume a manzanilla que impone la flor y velo en las soleras.