Con Reinhard Löwenstein hemos tocado todos los palos. Desde Trier con su retórica de vinos en la muestra de los Grandes Pagos, Großes Gewächs, del dórico al jónico, con las impurezas del romanticismo y las imperfeciones del realismo-terroir, el discurso del ranking y otras mitologias, sus vinos son íntimos.
No voy a descubrir a estas alturas mi devoción por el riesling, que ha quedado patente en mucho de lo que he comentado sobre otros productores y concretamente de Reinhard.
Sus vinos son imborrables.
Beberlos es a veces un ejercicio de influencias, pertenece, y me atrevo a decirlo, a ese grupo de outcast del vino.
Tiene su momento evasivo, es a veces como una danza africana, ritmo incansable, y tiene la finura de todo un estilista, un convencido de la fuerza de la naturaleza,
suma claridad desarrollada progresiva, ordenada y conscientemente en sus vinos.
Selecciona una zona de la realidad. Terroir. Todo su estilo y su técnica estan basados en la cualidad específica…Su personalidad. Intransferible.
Medita sobre el viñedo en unas dimensiones visionarias y transmite la potencia de su entorno, la fruta comprimida en piezas de suelo, restos minerales eternos…
Un vino es una obra que se busca así misma mediante un medio expresivo determinado, las manos, la tierra, la vid, la gente a la que transmitir esos momentos…
Choca todo entre sí…Es explosivo, punzante y embriagador.